
En la casa, frescos salones sobre suelos de barro cocido, decorados en un modo rústico pero actualizado y colorista. Una mecedora y unas estanterías de obra señalan el rincón de lectura, la pequeña biblioteca. Ni aquí ni en territorio de las estancias hay rastro alguno de pantallas catódicas o conexiones a redes informáticas.
De hecho, las cuatro habitaciones reservan en primera fila el entretenimiento de unas vistas que divisan la silueta de Jérica, con su torre campanario de estilo mudéjar como referencia destacada. En competencia, desde los mismos balcones y durante el invierno, asoman las nieves de las Sierra de El Toro y los picos de Javalambre.
La vista hacía dentro revela sencillez y buen gusto. Paredes magentas, azules, lilas, o simplemente blancas, pequeños cuartos de baño pintados de vivos colores, florecillas silvestres, butacas de mimbre y, para ganar confort, gruesos edredones en las camas. En cuanto a la cocina, lo mejor es tomar asiento bajo los olivos del jardín o en la terraza, un bello mirador abocado al pueblo.
Fuente: notodohoteles
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