Con mucho bombo y platillo nos anunciaron en su momento la creación de la Ley de Economía Sostenible. Iba a ser la ley que posibilitara el cambio del modelo productivo español. Sin rubor ni empacho alguno se nos anunció que íbamos a sustituir una economía basada en el malvado ladrillo, por la innovación y las nuevas tecnologías. Cuando se hizo ese anuncio yo tengo que reconocerles que me alegré. Se nos presentó a la Ministra Garmendia, como la gran apuesta. Como la gran esperanza que llegaba por fin. Tan alta y tan estilizada ella. Con cara de ejecutiva eficaz y estilismo propio de la city londinense. Esa declaración de intenciones era un camino correcto. Sólo quedaba ver cómo se materializaba. Pero la ley, lejos de salir bajo palio, fue una demostración de falta de ideas absolutamente impresentable. En lugar de una ley completa, era una especie de compendio de intenciones, recetas absurdas e inconexas entre sí. Tengo que reconocerles que me la leí entera. Sí lo reconozco. Fui yo. Supongo que lo hice uno de esos días en los que me niego a tomarme la medicación. En su lugar cuando terminé tuve que tomarme una caja entera de gelocatiles para paliar la jaqueca producida por las sandeces allí vertidas, más propias del Jueves que del BOE.
Leer más...
Leer más...
No hay comentarios :
Publicar un comentario