2.7.13

Ramoncín, del Madrid me mata a Por Cataluña ma-to

Ramoncín, el rey del pollo frito, ha sido al decir de la canallesca el Héroe principal –junto a Peret y Dyango, qué trío del Arte han ajuntado los designios del hecho diferencial, por la gloria de Artur Mas- del Concierto por la Freedom de Cataluña que el sábado abarrotó el Nou Camp. En Ramoncín cristaliza quizás el mejor símbolo individual de la transformación global que a lo largo de los años ha operado el Estado de las Autonomías sobre las mentalidades colectivas. Su sólo ejemplo, su muy oportunista tra
yectoria, acaso explica mejor que cualquier otro dato ese suicida –para la nación española- proceso.

Si apuntó Ramoncín en sus orígenes maneras de punkarra nihilista que escupía al público, acabó por eclosionar su figura como uno de los más indudables epifenómenos de la espumosa “Movida madrileña”. Contenía la misma una furiosa y sentimental reivindicación de la capital de España, celebrada como vibrante espacio vital abierto al viento de la libertad, por contraposición a la imagen antigua o a la caricatura que ya los nacionalistas querían arrojar sobre ella. “Madrid me mata”, era el eslogan que resumía –en carteles, en pegatinas, en conciertos- esa veneración por Madrid.

Se olió bien Ramoncín esa tostada, y de lo lindo fardó alternando y posando con Umbral y con Tierno Galván, como si el Muso Oficial de la cosa fuera. Si palpitaría en Ramoncín entonces la devoción por la capital de España, si derrotaría de su nuevo casticismo, que incluso se descolgó escribiendo “El tocho cheli” (1993), y aún “El nuevo tocho cheli” (1996), cual moderno Arniches redivivo. Se arrimó luego a la “bodeguilla” felipista, cercano entonces a ese sentir de los primeros pasos felipistas que los periódicos extranjeros llamaban “el gobierno de los nacionalistas españoles”.

Como ni el punk ni el rock le acabaron del todo de cuajar, en el cuadro de las incontables piruetas volatineras –siempre pro domo sua- que son la marca propia de nuestro Mester de Progresía, al calor del Poder probó luego Ramoncín suerte en la TVE (española, sí) como… ¡presentador de concursos!, y durante un lustro anduvo de lo lindo con aquella matraca del “Lingo”. ¡Ahí es nada, de punkarra escupe-espectadores a gentil busto parlante que te desea que seas muy feliz y tal!

 ¿Acabarían ahí las Metamorfosis del prenda, si us plau? No, padre. Quedábanle aún más redobles de escupitajos en la chistera. El aborrecer en público de la célebre Operación Triunfo para nada le impidió ser jurado en una de sus ediciones, por lo mismo que aborrecer hoy de la derecha extrema no le obsta para tertulianear en Intereconomía cuanto puede. Sí, también como tertuliano profesional ha puesto aquí y allá él sus picas, tal es su polimorfa inteligencia.

Por llegar llegó Ramoncín –como bien se ve es la suya la forja de un héroe- a formar parte de la dirección de la Sociedad General de Autores de España, de España, yes, prodigiosa cueva ésta, con más sospechosas sombras en sus muros que las célebres de Grey, y en la que como sabemos viviéronse extraordinarias dilapidaciones de moneda a vil troche moche.

 En fin, dice ahora Ramoncín que él votaría por la independencia catalana, y que la bandera española a él no le dice nada. Dice más, dice que… “soy de Madrid, pero me siento catalán”, señalando así que, más allá de la razón, hasta la misma sensibilidad suya se le ha permeado de lo separatista catalán. Y con gusto le diríamos eso, “tú mismo con tu mecanismo, tron”, y santas pascuas, de no ser porque ejemplifica el listo de Ramoncín mucho más que un caso personal: el naufragio de la identidad colectiva, ese escandaloso vacío de lo español que el Frankestein de las Autonomías ha procurado, y en el que los particularismos egoístas se revuelcan y medran. 

Fdo: José Antonio del Pozo

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