El día 17 de julio de 1936 se produjo el alzamiento -así lo llamaron los nacionales- contra el Gobierno republicano que había nacido de las elecciones de febrero de ese mismo año. Daba comienzo la cruenta Guerra Civil que durante tres años, hasta abril de 1939, asoló España. Sus consecuencias se extendieron mucho más en el tiempo: décadas. Era el Franquismo. Una época de callar y cuidarse, también en literatura. Y sin embargo fueron muchas las novelas escritas durante esos años que se ambientaban en la Guerra Civil. Otra cosa es que los españoles las tuvieran al alcance de la mano.
Algunas obras vieron la luz a su hora; la censura no actuó contra ellas, porque formaban parte de su perspectiva. Eran fragmentos de la realidad que se aproximaban a la óptica del vencedor; el mismo argumento que, por otro lado, se utiliza hoy para denostar el auge de las novelas sobre el tema, sólo que ahora el vencedor es el bando que perdió la guerra y que no pudo publicar su versión entonces. Una de aquellas obras es Los cipreses creen en Dios, escrita en 1953 por Josep María Gironella (1919-2003). Formaba parte de su trilogía sobre la Guerra Civil, que continuaría con Un millón de muertos y Ha estallado la paz, en 1960 y 1966 respectivamente. Veinte años más tarde añadió un cuarto volumen: Los hombres lloran solos.
Pero otras muchas historias de ficción tuvieron que publicarse en el extranjero hasta la llegada de la democracia. Es el caso de la obra de Max Aub, exiliado en México y que ambientó muchos de sus títulos en la herida de la contienda y sus consecuencias. El laberinto mágico está compuesto de seis volúmenes escritos entre 1943 y 1967: Campo cerrado, Campo de sangre, Campo abierto, Campo del Moro, Campo francés y Campo de los almendros.
Muchas son eso, muchas. Maryse Bertrand de Muñoz, especialista en analizar y recoger los frutos literarios dados por la Guerra Civil, hablaba en 1968 de «más de quinientas obras noveladas» y ofrecía un amplio catálogo de obras de ficción al respecto, tanto de autores españoles como extranjeros, tanto de escritores como de testigos convertidos en narradores de los hechos. Sólo en los tres años de guerra, según indica la experta en su libro La guerra civil española en la novela: bibliografía comentada (Alfar), se escribieron medio centenar de obras. No todas eran, estrictamente hablando, novela, sino más bien piezas de carácter «semiperiodístico y de consigna».
Cuatro de las creaciones de ficción corresponden a autores españoles, dos por cada bando, y fueron publicadas, una de cada, la mitad en 1937 y el resto al año siguiente. Los escritores eran Concha Espina (Retaguardia, sobre su experiencia en Santander), Ramón J. Sender (Contraataque, tras el fusilamiento por los nacionales de su mujer y de su hermano), el diplomático Agustín de Foxá (Madrid, de corte a cheka) y José Herrera Petere (Puentes de sangre).
En un par de años la cifra llegaba casi a los 700 títulos, según Bertrand de Muñoz. Y continuó subiendo, porque una década después llegó la democracia, y ahí sí cambiaron las tornas. Algunas de las mejores novelas sobre este periodo histórico -Día de llamas de Juan Iturralde y la trilogía Herrumbrosas lanzas de Juan Benet son siempre mencionadas por los expertos; también obras de Cela, Umbral, Zúñiga, Ayala, y un largo etcétera- aparecieron a finales de los años 70 y principios de los 80 del siglo XX.
Nuevo auge
En los últimos tiempos la llegada a las librerías de multitud de títulos cuyo argumento vuelve sobre ese trienio negro y sobre sus consecuencias en la vida de los españoles ha hecho pensar en un nuevo boom de las novelas ambientadas en la Guerra Civil. Algunos autores lo creen así: creen que la necesidad de recordar y escribir sobre la historia que vivieron sus padres y abuelos, quienes se mantuvieron callados durante décadas, les ha impulsado a poner su granito de arena literario. Parecen darles la razón títulos como Martina, la rosa número trece, de Ángeles López (Seix Barral); Los girasoles ciegos, de Alberto Méndez (Anagrama); Hombre sin nombre, de Suso de Toro (Lumen); La desbandá, de Luis Melero (Roca Editorial); El hombre de la Leica, de Fermín Goñi (Espasa); Muertes paralelas, de Sánchez Dragó (Planeta); La Mula, de Eslava Galán (Planeta), Las Trece Rosas, de Jesús Ferrero (Siruela); La buena letra, de Rafael Chirbes (Anagrama)... son sólo algunos de los aparecidos, en primera edición -otros muchos se han seguido reeditando- en este siglo XXI. Algunos hechos han merecido varias novelas, como es el caso de las jóvenes fusiladas en la tapia del cementerio de Madrid el 5 de agosto de 1939. Recientemente Ángeles López se ha fijado en una de ellas, Martina Barrosa, poco antes Jesús Ferreiro también había escrito su historia.
Otros, los historiadores, creen que no hay tal boom, que desde los 70 se viene escribiendo sin descanso sobre el tema. Lo que sí parece cierto es que, hoy por hoy, estos libros gozan de más marketing y eso también cuenta, sobre todo a la hora de hacer balance. Y, por otro lado, que el exitazo de la novela de Javier Cercas Soldados de Salamina (Anagrama), supuso un empujón para la ficción, a veces no tan imaginaria, que hunde sus raíces en la Guerra Civil. «Habría que hacer una gran criba de novelas, porque pocas de las actuales pasan del pastiche romántico, idealista», prosigue el historiador.
La contienda ha sido siempre objeto de estudio histórico y de recreación literaria. «La Guerra Civil es muy interesante para un historiador, y también para un novelista», afirma García de Cortázar, que acaba de publicar Los perdedores de la Historia de España (Planeta), un repaso del devenir histórico español por medio de las figuras menos afortunadas desde Roma hasta nuestros días. Incluye varios nombres de la Guerra Civil, como Ramiro de Ledesma Ramos y Ramiro de Maeztu; y el del anarquista Juan Peiró, «caso admirable» en palabras del historiador.
Es Historia, pero bien podría ser novela. Peiró fue ministro de Largo Caballero, se exilió en Francia en 1939 y de allí fue devuelto a España tras la ocupación nazi. Pese a que durante su juicio contó con el testimonio favorable de miembros de la Falange y de la Iglesia, fue condenado a muerte. Le ofrecieron el indulto si se afiliaba al sindicato vertical. Se negó. «Y pronunció la frase de 'me gano a mí mismo'. Aquella negativa daba sentido a todo lo que había sido antes», explica García de Cortázar.
Y constituye un argumento de ficción de primer orden. Llenar de sentimiento los datos, las fechas, las batallas, los fusilamientos... Es lo que pretenden los novelistas. «Yo, como Dionisio Ridruejo, creo que los historiadores no podemos llegar a transmitir el dolor, el horror, la venganza, la pasión admirable y la pasión cobarde en la manera en que puede hacerlo un novelista», reconoce. «Hay tantas situaciones subjetivas, extremas, que sólo puede escribirse por medio de la literatura. Se sale de lo ordinario del historiador», continúa e ilustra sus palabras: «Galdós fue el que mejor transmitió la España del siglo XIX».
Maryse Bertrand de Muñoz señalaba la misma idea en su libro. La de que estas novelas, las de antes y las de ahora, son importantes -las que lo son, claro- tanto para la historia de la literatura como para la de la guerra en sí, dado que aportan testimonios, sentimientos, aproximaciones que no son posibles de otra forma que la literaria. Fernando Sánchez Dragó, autor de Muertes paralelas, define su libro como "una novela, pero no de ficción". Narra la investigación sobre los últimos días de vida de su padre, el periodista Fernando Sánchez Monreal, asesinado por los "nacionales" durante la guerra civil, pero, al hilo de ese episodio, Fernando Sánchez Dragó aborda otros asesinatos cometidos en la retaguardia en ambos bandos, como el de Federico García Lorca o el de José Antonio Primo de Rivera, fundador de Falange, cuya presentación la ha organizado el área de Cultura de Falange Auténtica, publicada por Editorial Planeta, y que obtuvo recientemente el Premio Fernando Lara de novela.
La presentación tendrá lugar el próximo miércoles 28 de junio en el Hotel Tryp Atocha, calle Atocha núm. 83, de la capital de España, y dará comienzo a las 20 horas... y en la misma intervendrán el periodista José A. Martín Otín, el concejal de FA y abogado Carlos J. Galán y el autor del libro, el propio escritor Fernando Sánchez Dragó. En la parte final del acto se abrirá un coloquio, que promete ser muy interesante, en torno a esta obra.
Finalmente en «Cuerpo y alma», Sánchez Dragó describe, para novelas que se adentran en un periodo histórico del que aún hay gente que teme hablar. «Hay que coger de la mano a los ancianos, invitarles a tomar algo, darles confianza, para que cuenten lo que vivieron y lo que oyeron». Cabe también imaginarse las peores situaciones y dotar a los personajes de reacciones y emociones en base a ello. Los novelistas que se atreven con el tema, en realidad, no hablan de cosas desconocidas. Se trata de personas que han vivido con los protagonistas de los hechos, que se han criado oyendo sus historias o viéndolos callar, que han sentido la curiosidad de preguntar qué pasó. Porque una guerra marca no sólo a la generación que la sufrió, sino a las que vivieron después.
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