25.10.10

Don José Suay Navarrete, distinguido con la Medalla de Oro por del Ilustre Colegio de Abogados de Castellón

El pasado día 22 se le impuso al Letrado segorbino José Felipe Suay Navarrete la Medalla de Oro del Colegio de Abogados de Castellón, en el Homenaje tributado a los Letrados que han cumplido las Bodas de Oro desde su incorporación al Colegio.

El Salón de Actos de la Ciudad de la Justicia de Castellón acogió la celebración que revistió gran brillantez.

Intervinieron en nombre de los homenajeados José Suay Felipe Navarrete y Eduardo Wenley Palacios Carreras y cerró el acto el Decano, Manuel Badenes Franch, con un vibrante discurso en el que denunció valientemente los graves problemas que aquejan a la Justicia en estos momentos.

El numeroso público, que llenaba por completo la sala, aplaudió calurosamente todas las intervenciones. A continuación transcribimos el poema que nuestro paisano compuso y recitó para conmemorar el Homenaje.

CON UN PIE EN EL ESTRIBO

"Nel fine del cammin di nostra vita"
cuando tenemos en la mano
el óbolo que en pago del barcaje
Caronte está esperando;
ante el temor a lo desconocido
y con muchos más nervios que un novato,
el abogado que uno ha sido,
sobrecogido, con la mente en blanco,
emborrona cuartillas
para esbozar su último alegato.

Más de cincuenta años de ejercicio
son muchos años.
Es tan difícil rendir cuentas
con un curriculum tan largo...
Y lo peor de todo: el juicio inexorable
hay que afrontar en solitario.

Buscando guía para el más allá
pienso en el valedor más indicado.
Me acojo a San Raimundo
de Peñafort, jurista y santo.

Su silencio: me dice:
"ya no soy abogado,
el laicismo triunfante
hace tiempo que olvidó mi patronazgo"

Comprendo su mosqueo
y cambio el tercio a lo profano.

La Divina Comedia, baja Dante al infierno
con Virgilio a su lado,
y sigilosamente
voy a seguir sus pasos.
En el viaje infernal
los nueve círculos cruzamos
y -cosa rara-no se ve en ninguno
ni a jueces, ni a fiscales, ni a abogados

¿Será que el Juzgador Supremo
juzga indulgentemente, sin sentar la mano,
a los que su justicia -bien o mal-
en la tierra aplicaron?

La duda teológica
es buena para levantar el ánimo
y la esperanza y el temor
inspiran el difícil alegato.

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Complicado, Señor, es rendir cuentas
de tan intensa y larga vida vivida
entre los riesgos y las tentaciones
del ejercicio de la abogacía.

Abogado del diablo de mi mismo
-sin tergiversaciones ni sofismas-
con la humildad de quien clemencia espera
pongo mis cartas boca arriba.

Cuando fui acusador
caíen la desmesura punitiva
y en la defensa del culpable
usé la ocultación y la mentira.
Las sentencias adversas, aún las justas,
nunca acogí sin ira,
sin embargo qué enorme regocijo
enaltecer el triunfo del sofista
cuando la estocada dialéctica
dejaba malherida a la justicia.
En la lucha contra la Hacienda Pública
utilicé artes prohibidas,
entiéndase por el derecho
no por la deontología
y así cortar las mil cabezas
de la hidra impositiva
aunque empresa imposible
que no debe tentar el buen jurista
la intenté muchas veces
con ilusión descomedida,
mas la hidra insaciable
regresó siempre indemne a su guarida:

Aún me duele el bochorno
por el fracaso de las cacerías.

Ahora, Señor, perdón os pido
si entendí a mi manera la justicia,
nunca a las órdenes de un banco
presenté una demanda ejecutiva
y a ningún pobre que llamó a mi puerta
dejé sin asistencia gratuita.

Señor:
¡¡Estos son mi pecado y mi defensa,
ejercí con pasión la abogacía!!

Autor: José Suay Navarrete

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