Las comunidades ultraortodoxas judías corren el riesgo de convertirse en caldo de cultivo para la COVID-19. La mayoría no lee los diarios generalistas, no ve televisión y escapa de internet. Tienen familias numerosas, rezan en congregaciones tres veces al día y, en algunos lugares, viven hacinados en barrios regidos por las leyes de la Torá y la palabra de los rabinos.
En Israel, buena parte de estos grupos ha tardado hasta dos semanas en aplicar las directrices del Gobierno, y lo ha hecho después de forcejeos, amenazas y la intervención de la policía. Los colegios y centros de estudios cerraron el 13 de marzo, pero las “yeshivás” (escuelas talmúdicas) y sinagogas seguían con sus clases, rezos y estudios de la Torá hasta hace solo unos días. Una minoría aún sigue.
Este lunes, la policía hizo redadas en Mea Shearim, el céntrico barrio ultraortodoxo de Jerusalén, donde sacaron a fieles de las sinagogas a la fuerza y repartieron multas. Lejos de achantarse, la Facción Jerusalén, una de las más radicales, ha convocado para esta semana una manifestación de protesta.
Hace menos de dos semanas celebraron masivamente la festividad de Purim, bebiendo y bailando agarrados de las manos, mientras el resto de los israelís guardaba los disfraces que había preparado para la ocasión. Con más de un millón de personas, los haredim son un 12% de la población de Israel, pero casi un tercio de Jerusalén. Sus ciudades lideran la lista de las zonas con mayor porcentaje de los más de 4.000 infectados que tiene el país.
Fuente:somatemps.me
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