A 180 kilómetros de Barcelona se sitúa Céret, una ciudad catalana y taurina. Dos adjetivos visiblemente conciliables. Que no se repelen. Ahora bien, Céret está enclavada al otro lado de la frontera. En la Cataluña norte. La francesa. La que mira con extrañeza e incomprensión que se quiera aniquilar en su hermana del Sur –arguyendo pretendidas razones a favor de los derechos de los animales– una tradición, la de la tauromaquia, que en esta región del Rosellón lleva los colores, suena y se celebra en catalán, por antagónico que a algunos pueda parecerles.
Céret es la prueba. Su feria «torista», es decir, en la que prima la figura del toro por encima del torero, es una de las más populares y arraigadas en la zona. Cada temporada cuenta con sus incondicionales patrios y otros muchos que acuden desde España. «Hay abonados de Barcelona, Manlleu, Olot o Figueras, pero también de Zaragoza y de Madrid», se enorgullece Jean-Louis Fourquet, presidente de la Asociación de aficionados ceretanos (Adac) que desde 1987 gestiona y dirige la plaza de toros y presume de sus orígenes. Un coso casi centenario –se levantó en 1922–, y en nada monumental. Más bien lo contrario; modesto, pero que ha sido testigo de importantes tardes. Algunas incluso dramáticas, como la que hace algo más de dos años le costó un buen susto al matador Luis Francisco Esplá. Y en cuyo frontispicio sólo ondean las enseñas catalanas. Ni rastro de la bandera tricolor. «Desde el día en que nos hicimos cargo de esta arena nos hemos definido como catalanes, catalanistas y pro-corrida» explica a LA RAZÓN. Tanto es así que el francés ha quedado proscrito en carteles y letreros, y en el ruedo los himnos dan buena cuenta de la religión que se profesa: «Els segadors» al comienzo del festejo y la «Santa Espina» al quinto toro. Por eso, no sólo no se explica que al otro lado de los Pirineos se pretenda acabar con la fiesta sino que la sola intención de querer hacerlo constituye una felonía. «Nos sentimos traicionados por los catalanes del sur», nos dice entre el desencanto y la indignación.
Céret es la prueba. Su feria «torista», es decir, en la que prima la figura del toro por encima del torero, es una de las más populares y arraigadas en la zona. Cada temporada cuenta con sus incondicionales patrios y otros muchos que acuden desde España. «Hay abonados de Barcelona, Manlleu, Olot o Figueras, pero también de Zaragoza y de Madrid», se enorgullece Jean-Louis Fourquet, presidente de la Asociación de aficionados ceretanos (Adac) que desde 1987 gestiona y dirige la plaza de toros y presume de sus orígenes. Un coso casi centenario –se levantó en 1922–, y en nada monumental. Más bien lo contrario; modesto, pero que ha sido testigo de importantes tardes. Algunas incluso dramáticas, como la que hace algo más de dos años le costó un buen susto al matador Luis Francisco Esplá. Y en cuyo frontispicio sólo ondean las enseñas catalanas. Ni rastro de la bandera tricolor. «Desde el día en que nos hicimos cargo de esta arena nos hemos definido como catalanes, catalanistas y pro-corrida» explica a LA RAZÓN. Tanto es así que el francés ha quedado proscrito en carteles y letreros, y en el ruedo los himnos dan buena cuenta de la religión que se profesa: «Els segadors» al comienzo del festejo y la «Santa Espina» al quinto toro. Por eso, no sólo no se explica que al otro lado de los Pirineos se pretenda acabar con la fiesta sino que la sola intención de querer hacerlo constituye una felonía. «Nos sentimos traicionados por los catalanes del sur», nos dice entre el desencanto y la indignación.
Banderas a media asta
Los mismos sentimientos que explican que durante un año las banderas de la plaza hayan flameado a media asta en señal de duelo y de protesta. «Creo que los catalanistas de Barcelona se equivocan de objetivo y confunden el franquismo con la corrida», asevera rotundo Fourquet. «Y todo porque algunos matadores se declararan a favor de Franco. Pero eso no hace de la corrida una fiesta franquista», resume. Eran otros tiempos y otros regímenes, en los que los españoles pasaban al lado francés en busca de lo que España les privaba. «Recuerdo perfectamente cuando se decía que cruzaban para ver películas “porno” cuando, en realidad, muchos venían por los filmes políticos». Pero si la prohibición taurina finalmente prospera –y este viernes el Parlamento catalán dio el primer paso admitiendo a trámite la propuesta de iniciativa popular– muchos catalanes y españoles, que hoy lo hacen libre y voluntariamente, podrían revivir la impresión de franquear la frontera con el amargo y anacrónico regusto de la clandestinidad y la censura.
Al frente de Adac, que cuenta con unos cuarenta miembros, su presidente reivindica la independencia que caracteriza a esta asociación que se jacta de purista. Rechazan todo tipo de subvenciones y los beneficios de la taquilla sirven íntegramente para costear los festejos y un cartel no apto para «estrellas ni vedettes del toreo». No teme que una decisión política ponga a corto o medio plazo en peligro la supervivencia en Francia. Para él, «el cáncer no está fuera, sino dentro del mundo de los toros, que se deteriora por sí mismo por culpa de la mercantilización, el negocio del espectáculo y el culto al dinero». La de Céret es una de ese medio centenar de plazas francesas –todas en el sur del Hexágono– en donde la tradición pervive y las cifras demuestran que goza de una relativa buena salud. La Feria de Pentecostés de Nîmes congrega cada año más de un millón de aficionados en un coso milenario, tan cargado de historia como las romanas «arenas» de Arles, célebre por su septembrina Feria del arroz. Los ruedos orientales de Béziers y Alès o los de Bayona, Dax y Mont-de-Marsan en el suroeste, son otras tantas citas taurinas de referencia. Pero la tradición es objeto de continuos vapuleos. «Por eso de lo que se trata es de evitar que cualquiera pueda atacarla, como ahora los separatistas catalanes o los “animalistas” de grupos como Peta. Hay que hacerla intocable», reivindica André Viard, una de las voces galas más autorizadas en la materia. Preside el Observatorio nacional de las culturas taurinas y es el encargado de pilotar, en nombre de la Unión de Ciudades Taurinas Francesas (UVTF), el ambicioso proyecto de elevar los toros al rango de Patrimonio Inmaterial de la Humanidad para la Unesco. «Es la única manera de proteger la fiesta y de que la globalización y el pensamiento único no acaben con ella», nos comenta. Pero el proceso es lento y está en estado embrionario. De lo que se trata, explica, no es de demostrar la moralidad o bondad de la tradición, sino su existencia, para lo que serán precisos informes de científicos, historiadores, etnólogos, filósofos y expertos de otros ámbitos que así lo prueben. A continuación, el Ministerio de Cultura ha de inscribirlo como patrimonio nacional dentro de una comarca y presentar el proyecto como país ante las instancias de este organismo de las Naciones Unidas. Asegura que, como Francia, ya están en ello el resto de los ocho países taurinos –en España, la Junta de Andalucía es la iniciadora– y basta con que uno solo llegue hasta el final.
Al frente de Adac, que cuenta con unos cuarenta miembros, su presidente reivindica la independencia que caracteriza a esta asociación que se jacta de purista. Rechazan todo tipo de subvenciones y los beneficios de la taquilla sirven íntegramente para costear los festejos y un cartel no apto para «estrellas ni vedettes del toreo». No teme que una decisión política ponga a corto o medio plazo en peligro la supervivencia en Francia. Para él, «el cáncer no está fuera, sino dentro del mundo de los toros, que se deteriora por sí mismo por culpa de la mercantilización, el negocio del espectáculo y el culto al dinero». La de Céret es una de ese medio centenar de plazas francesas –todas en el sur del Hexágono– en donde la tradición pervive y las cifras demuestran que goza de una relativa buena salud. La Feria de Pentecostés de Nîmes congrega cada año más de un millón de aficionados en un coso milenario, tan cargado de historia como las romanas «arenas» de Arles, célebre por su septembrina Feria del arroz. Los ruedos orientales de Béziers y Alès o los de Bayona, Dax y Mont-de-Marsan en el suroeste, son otras tantas citas taurinas de referencia. Pero la tradición es objeto de continuos vapuleos. «Por eso de lo que se trata es de evitar que cualquiera pueda atacarla, como ahora los separatistas catalanes o los “animalistas” de grupos como Peta. Hay que hacerla intocable», reivindica André Viard, una de las voces galas más autorizadas en la materia. Preside el Observatorio nacional de las culturas taurinas y es el encargado de pilotar, en nombre de la Unión de Ciudades Taurinas Francesas (UVTF), el ambicioso proyecto de elevar los toros al rango de Patrimonio Inmaterial de la Humanidad para la Unesco. «Es la única manera de proteger la fiesta y de que la globalización y el pensamiento único no acaben con ella», nos comenta. Pero el proceso es lento y está en estado embrionario. De lo que se trata, explica, no es de demostrar la moralidad o bondad de la tradición, sino su existencia, para lo que serán precisos informes de científicos, historiadores, etnólogos, filósofos y expertos de otros ámbitos que así lo prueben. A continuación, el Ministerio de Cultura ha de inscribirlo como patrimonio nacional dentro de una comarca y presentar el proyecto como país ante las instancias de este organismo de las Naciones Unidas. Asegura que, como Francia, ya están en ello el resto de los ocho países taurinos –en España, la Junta de Andalucía es la iniciadora– y basta con que uno solo llegue hasta el final.
Libertad pública
Ex matador, apoderado, periodista y escritor, Viard, que mantiene estrechos lazos con España, ha hecho también estos días de mensajero. Ha sido el responsable de hacer llegar a los parlamentarios catalanes la carta de 133 políticos franceses –todos aficionados taurinos– apoyando la corrida. «Sin pretensión alguna de inmiscuirse en la votación», matiza, pero dejando claro «que más allá de la abolición, de declararse a favor o en contra de la corrida, lo que está en juego es la libertad pública y fundamental de cada ciudadano de vivir su cultura y transmitirla», enfatiza, con la confianza de que el Parlamento deseche la propuesta en los próximos meses. Insiste en que lo que se plantea de fondo con esta ley de iniciativa popular es el tipo de sociedad en la que vivimos. «Veremos si Cataluña es tolerante o liberticida. Si al final se aprueba, la más perjudicada será ella», sentencia.
En Francia, de momento, semejante tesitura se antoja imposible. Primero, porque no existe posibilidad de una proposición popular de ley y las leyes abolicionistas en el hemiciclo nacional galo son residuales. «Puede que un diputado o dos las presenten, pero no se van a estudiar, porque para los parlamentarios hay otras preocupaciones más urgentes que saber si se ha de matar o no cuatrocientos o quinientos toros al año», ironiza.
En Francia, de momento, semejante tesitura se antoja imposible. Primero, porque no existe posibilidad de una proposición popular de ley y las leyes abolicionistas en el hemiciclo nacional galo son residuales. «Puede que un diputado o dos las presenten, pero no se van a estudiar, porque para los parlamentarios hay otras preocupaciones más urgentes que saber si se ha de matar o no cuatrocientos o quinientos toros al año», ironiza.
Protegida por la legislación
Además, la fiesta taurina queda protegida en la legislación gala, que si bien castiga por regla general con dos años de prisión y una multa pecuniaria «la crueldad cometida contra un animal doméstico, adiestrado o en cautividad», se apoya en su carácter consuetudinario para hacer de la corrida una excepción. «Su legitimidad viene precisamente de que es una tradición local ininterrumpida tanto en el suroeste como en el sureste de Francia», explica a este diario, recitando el artículo 521 del Código Penal, Jean-Marie Egidio, adjunto al alcalde de Arles y responsable de asuntos taurinos en ese consistorio, además de artífice también, y firmante, del manifiesto político remitido a sus colegas parlamentarios de la Cataluña del sur, en quienes confía para que al final frenen la ley. «La sociedad catalana, como la francesa, han sido siempre ejemplos de libertad, democracia, pluralismo y respeto de las minorías y de las culturas propias de cada pueblo» concluye, recordando que, si bien los toros son una pasión a cuyos encantos permanece ajena e impermeable la mitad norte de Francia, existen «comisiones taurinas» tanto en la Asamblea Nacional como en el Senado.
Sin olvidar que, lejos de erigirse en Fiesta Nacional de la República gala, sí tiene en la figura del jefe del Estado uno de sus principales valedores. Afición que Nicolas Sarkozy no ha ocultado en palcos y tendidos de España. En la Real Maestranza de Sevilla junto al empresario Simón Casas, gerente de cosos como Nîmes, Alicante y Valencia, o a la vera de su ex esposa Cecilia Ciganer-Albéniz en 2003. La prueba de que República y toros también hacen buenas migas.
Sin olvidar que, lejos de erigirse en Fiesta Nacional de la República gala, sí tiene en la figura del jefe del Estado uno de sus principales valedores. Afición que Nicolas Sarkozy no ha ocultado en palcos y tendidos de España. En la Real Maestranza de Sevilla junto al empresario Simón Casas, gerente de cosos como Nîmes, Alicante y Valencia, o a la vera de su ex esposa Cecilia Ciganer-Albéniz en 2003. La prueba de que República y toros también hacen buenas migas.
Fuente: larazon.es
Francisco Pastor vivió en Ceret durante una década, allí se casó con su actual mujer, conoció el arte de Picasso y su vida, Pastor se postura en defensa de la tauromaquia y defiende este arte como parte inseparable de las tradiciones españolas. Las fotos han sido tomadas de su blog.
2 comentarios :
Hagamos boicot a productos canarios.
Por favor, no compren platanos hasta que no permitan las corridas de toros en su territorio.
Viva la Tauromaquía.
Estoy empezando a pensar que los del Informal Segorbino son accionistas de alguna ganaderia.
¡¡¿Qué manera de defender una fiesta machista como es la tauromaquía!!!
Publicar un comentario